El cristianismo se gestó desde los testimonios de aquellos que fueron testigos y compañeros de Jesús. Los Evangelios son las narraciones acreditadas y conservadas de las relaciones que Jesús mantuvo con ellos y de cómo fueron intuyendo y descubriendo el nuevo proyecto de Dios para la humanidad a partir de esos encuentros. La fe es el despertar del creyente a la experiencia de Dios en y desde Jesús.
Jesús no es un hombre cualquiera, ni siquiera el mejor de los hombres posibles, es el Hijo de Dios y Dios mismo. Lo vieron levantarse de entre los muertos y lo vieron levantarse ir al cielo. Ese es el testimonio, que la resurrección de Jesús y su ascensión al cielo es parte del mismo proceso.
La resurrección y ascensión del Señor son datos de fe, creencias religiosas, en torno a las cuales un grupo de personas, judíos y no judíos, elaboraron su fe y su culto en el convencimiento que Dios ha visitado a su pueblo para rescatarlo de la opresión del pecado y liberarlo de las ataduras de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte.
Esa salvación ofrecida por Dios es para toda la humanidad y, por tanto, todo el mensaje de la salvación tiene que ser conocido, y vivido, por todos los hombres y mujeres, sin distinción de pueblos, razas, culturas, países, etcétera. La salvación de Dios es universal. Católico es una palabra griega que significa universal, para todos sin distinción.
La fe cristiana se difundió desde Jerusalén como grano de mostaza y hoy está presente en todo el mundo, aunque no toda la humanidad sea cristiana. Cada generación tiene que dar respuesta a la pregunta de Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo?
La respuesta es siempre desde la fe de un Dios que, levantado sobre el suelo, fue crucificado; que levantado sobre la muerte, fue resucitado; que levantado al cielo, es glorificado para que nosotros también experimentemos su gloria.